Las relaciones entre poblados vecinos eran generalmente cordiales. Su lengua, de origen indoeuropeo, les permitía entenderse con gentes de toda la Celtiberia y sus territorios limítrofes hasta el Ebro, donde ya se hablaba la lengua de los íberos.
Los peledones no vivían aislados. Tenían contacto con las aldeas vecinas y nuevos colonos, e intercambiaban productos mediante trueque, una forma incipiente de comercio.
Más importante era el frecuente traslado de jóvenes de un poblado a otro para garantizar la renovación genética necesaria dado el pequeño número
de habitantes de estas aldeas.
Es posible que se compartieran ideas y tecnologías, razón de la evolución que se aprecia en sus yacimientos.
Menos cordiales eran las expediciones a otros poblados para robar ganado, en las que se ponia a prueba el coraje de los futuros guerreros.
El Culto a los Muertos
No se conoce el ritual funerario castreño porque no hay evidencias de necrópolis hasta la fecha. Quizás los pelendones incineraban a sus difuntos, tal como hacían los íberos y muchos pueblos celtas peninsulares, a diferencia de los celtas galos que enterraban a sus muertos. Los huesos calcinados y los restos del ajuar que acompañaba al cadáver eran enterrados en un pequeño hoyo que se señalaba con una losa clavada verticalmente (estela).
Los guerreros que morían en el combate eran honrados con el ritual de la exposición a los buitres. Se realizaba en un terreno abierto donde los animales carroéros <<eran el vehículo sagrado que transportaba al luchador al más allá>>.
Los pelendones rendían culto a sus dioses, generalmente asociados a fenómenos o elementos de la naturaleza. No construían templos pero hacían sus reuniones, ofrendas y sacrificios junto a elementos relevantes del entorno, como grandes rocas y árboles notables.
Una jornada de trueque con habitantes de un castro vecino.
No hay constancia del uso de monedas. Sólo aparecen al final de la Segunda Edad del Hierro en grandes ciuidades cercanas, como Numancia o Calagurris (Calahorra), gran ciudad celtibérica que acuña sus propias monedas.
El tejo es un árbol muy longevo asociado a la mitología celta, como símbolo de lal muerte por el veneno (taxina) que contienen sus semillas y hojas. También cuenta la leyenda que sus raíces recogían las almas de los difuntos y las lanzaba por sus ramas al viento.
Esta tradición ha perdurado en el tiempo, encontrando en algunas zonas del norte de España tejos centenarios junto a las iglesias. Hoy es un árbol muy escaso por su intensa explotación desde la antiguedad y su lento desarrollo. El estudio de maderas carbonizadas (antracología) confirma su antigua abundancia en yacimientos del Hierro de la vertiente norte de estas sierras.